Reflexión de Marcelo Coppetti en el Consejo Directivo de ACDE

Nos vamos acercando al final del año; este ha sido de muchos cambios a nivel nacional, al asumir un nuevo gobierno el pasado 1° de marzo, y también a nivel internacional, donde parecería que no hay un día que no nos sorprenda con noticias sobre conflictos armados aquí y allá, alianzas entre países que a lo mejor hasta hace no tanto tiempo estaban enfrentados, declaraciones provocadoras y “políticamente incorrectas” de parte de “líderes” mundiales, etc. Parecería que todo está trastocado, que todo ha cambiado o, mejor dicho, cambia de forma permanente e inesperada.

La crispación es moneda de todos los días. Los dirigentes políticos no escatiman adjetivos peyorativos a la hora de referirse a sus colegas de otros partidos e ideologías. La política está viviendo un momento de muy baja credibilidad, generando un desinterés enorme, especialmente entre los jóvenes. Eso hace que surjan, de un lado y del otro “outsiders” que toman el lugar de quienes, en otro tiempo, llegaban a puestos de relevancia luego de toda una vida dedicada a la militancia y el servicio de sus partidos.

Aquello de “siglo XX, cambalache”, parece que se aplica también a este siglo XXI del que llevamos recorrido ya una cuarta parte.

Desde este rincón del mundo parece que todo queda lejos y ocurre a tantos miles de kilómetros que no nos va a afectar. Pero sabemos que no es así. Vivimos en un mundo hiperconectado, donde lo que ocurre en el otro extremo del planeta nos llega al instante a nuestro celular a través de las redes sociales.

Así que no podemos desentendernos de lo que sucede hoy en los países del Norte desarrollado ni en los países del Sur, sumidos muchas veces en la pobreza más dura. Cada vez más, el mundo es nuestra “casa común”, donde todo lo que suceda, no importa dónde sea, nos afecta de una forma o de otra.

A modo de ejemplo, la encíclica “Populorum Progressio” del Papa San Pablo VI, promulgada en el año 1967, advertía, ya en esos años, al mundo desarrollado de la importancia que tenía preocuparse por el desarrollo de los países del hemisferio Sur. Si no lo hacían, llegaría el día en que toda esa gente, condenada a vivir en condiciones infrahumanas a causa del hambre, dejarían su lugar de origen para buscar mejor suerte para ellos y sus hijos en el hemisferio Norte. En su momento, muchos lo habrán leído con escepticismo, sin darle relevancia; hoy, casi sesenta años después, la profecía de Pablo VI se ve más que cumplida en la fuerte ola migratoria de la que toda Europa se queja y vive como una invasión. Quizá si el mundo hubiese escuchado con atención al Papa, la historia hoy podría ser otra.

Y, así, muchos otros temas que vemos que repercuten en un sitio y en otro con mayor o menor impacto, según de qué se trate.

La realidad de violencia generalizada a nivel mundial, que tiene su origen en el narcotráfico, y que tanto golpea en nuestro continente nos parecía a nosotros, hace algunos años atrás, algo que sólo podía suceder en Colombia o México, pero nunca aquí. Hoy sabemos que no estamos libres del accionar de bandas delictivas en nuestro país, pero quizá hayamos tomado consciencia de este asunto un poco tarde.

Volviendo al comienzo, comentaba el deterioro de la credibilidad de la clase política y la irrupción de quienes, viniendo de fuera del sistema, ocupan los primeros lugares y son los nuevos líderes.

El deterioro de la credibilidad viene de la mano de todos esos insultos, humillaciones, acusaciones de todo tipo que se cruzan unos a otros, sin darse cuenta de que, para los que los miran de afuera, son todos lo mismo.

Y eso deteriora, inexorablemente, al sistema democrático. Si creemos en la democracia, debemos cuidarla y debemos ayudar a nuestros dirigentes políticos a que la cuiden. La gente se cansa de escuchar decir, unos de otros, que son corruptos, mentirosos, ladrones, etc., etc.

Lo que hemos visto suceder en otros países, debería alertarnos para que no caigamos nosotros en lo mismo. Cuidar nuestros vínculos es fundamental y el enseñar a las nuevas generaciones a relacionarse desde el respeto por quien piensa distinto, es clave para una buena convivencia democrática.

En nuestro caso, además, como cristianos tenemos una responsabilidad aún mayor. No podemos ser causa de división, sino todo lo contrario, de unión entre las personas y entre las naciones. El sueño de Dios es el de una humanidad unida, donde todos tengan un lugar en la mesa.

Desde ACDE estamos llamados a trabajar en esta dirección. El proyecto “liberados” es un gran paso en este sentido, pero el desafío es preguntarse siempre: “¿qué más podemos hacer?”

Ojalá que siempre haya nuevos objetivos, nuevos sueños y el deseo de ser testigos de una forma distinta de vivir la vida, desde los valores del Evangelio.

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